Segundo Año de Ciencias de la Comunicación, FAFI - UNE

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viernes, 3 de septiembre de 2010

El Jugador

El ser humano es un animal de costumbre, todo hombre que ha crecido en un hogar temeroso, bajo la influencia de los vicios, maltratos físicos o psicológicos, tiende a adoptar un carácter sombrío, violento o autodestructivo. Los vicios acompañan este proceso. El amor propio es una herramienta fundamental en la reconstrucción al sentido de nuestras vidas.

Existen personas arrastradas por algún tipo de trauma que hayan vivido, aunque algunos se someten voluntariamente a ciertas anormalidades extremistas. La adicción del alcohol, el tabaco u otras drogas, o una aparentemente inofensiva pasión arrebatadora por los juegos de azar.

El personaje principal es un hombre astuto, terco y decidido. Su manera eficaz de oponerse siempre a lo que no le gustaba lo llevó a conseguir muchas cosas. Ésta actitud también lo arrastró a los juegos.

Alexei apostaba y ganaba como un niño caprichoso que siempre conseguía todo. La suerte, a veces, era tan suya que no frenaba hasta que la misma suerte lo volviera a abandonar.

Perdió el rumbo, creo, al enamorarse y apostar el corazón. En el juego de la vida no dependemos de la suerte.

Los jugadores adictos a los juegos de azar, no sólo se esperanzan por los míticos acontecimientos de la suerte, sino también “arriesgan” la fe por la efímera satisfacción de un éxito.

Todos en alguna manera convivimos con ciertos vicios, los cuales no podemos contralar o no aceptamos padecer. Ambos de cualquier forma son igual de peligrosos.

En el correr cotidiano es normal cruzarnos con profesores comprometidos con la enseñanza desde las seis de la mañana hasta las diez de la noche, choferes estresados en el trabajo, amas de casa entregadas al “amor por la familia”, jóvenes luchadores, borrachos soñadores, en fin, los hombres vivimos bajo una norma de la sociedad que a veces condiciona a viciarnos por algún compromiso o un pasatiempo.

Zafarnos de los vicios o “malas costumbres” no es tan simple como lanzar un boomerang, pero igual de contraproducente en el daño que produce. El boomerang tarde o temprano vuelve, para bien o para mal. Los vicios también, pero para peor.

No prejuzgo a las personas con ciertos “malos hábitos”, mi postura se limita tan sólo a la observación de su comportamiento y el trato que reciben en la sociedad.

Un adicto no responde por sus actos, y si es un adicto consciente como el personaje de la novela, simplemente no responde a su favor, se deja dominar por la ambición y el placer de los juegos.

Así como Alexei, un vecino o un pariente pierden el control de su vida y no sólo el control, el respeto, la confianza.

Existe un límite para todo, desde la libertad, el poder, y porque no el amor. A veces los “enamorados” se dejan llevar por el sistema límbico (encargado sentir), mientras que el lóbulo prefrontal (encargado de pensar) permanece adormido, aman entonces de manera irracional.

Por eso, pues, los vicios controlan a los idólatras que tienen, éstos sujetos adictos al juego, por ejemplo, no piensan en el daño que se producen, pues simplemente dejan de pensar.

Es en éstos casos los que se da la famosa frase del proverbio chino: “En la primera copa, el hombre bebe vino, en la segunda copa el vino al vino, y la tercera, la copa, el vino bebe al hombre”. Así pues como “las virtudes elevan y las pasiones ofuscan, los vicios envilecen”. (Granada).

Esta novela me floreció tres ideas, las mismas, que puedo registrarla en la vida real:

La dificultad de recuperación para todo adicto.

La realidad social y la indiferencia “normal” ante el eminente caos.

Los viciosos pasivos, que no terminamos de aceptar o descubrir nuestras debilidades.

Entonces, no sólo es evidente que estamos expuestos a la nueva era del consumismo y la desvalorización humana, sino que tampoco tomamos medidas para combatirlas.

No exijo campañas de concienciación, ni publicidades en contra de los “vicios”, no, el único objetivo que ambiciono es la revalorización personal en al menos los lectores de éste trabajo. Una revolución pacifica, una pizca de “ego” por el bien de uno mismo.



Aurora Aquino

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